martes, 22 de abril de 2008

EN EL CIRCO ROMANO (La muerte de Marciano)

Marciano, mal cerradas las heridas
que recibió ayer mismo en el tormento...
Presentóse en la arena,
sostenidopor dos esclavos;
vacilante y trémulo.
Causó impresión profunda su presencia;
“¡ Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido.!”
Gritó la multitud con un rugido
por lo terrible, semejante al trueno;
Como si aquel insulto hubiera dado
vida de pronto y fuerzas al enfermo,
Marciano al escucharlo, irguióse altivo,
desprendióse del brazo de los siervos,
alzó la frente, contempló la turba
y con raro vigor, firme y sereno
cruzando solo la sangrienta arena
llegó al pie mismo del estrado regio;
Puede decirse que el valor de un hombre,
a más de ochenta mil impuso miedo,
porque la turba al avanzar Marciano,
como asustada de él,
guardó silencio;
llegando a todas partes sus palabras
que resonaron en el circo entero:-
Cesar- le dijo- Miente quien afirme,
que a Roma he sido yo quien prendió fuego,
si eso me hace morir, muero inocente
y lo juro ante Dios que me esta oyendo.
!Pero, si mi delito es ser cristiano,
Haces bien en matarme, porque es cierto:
Creo en Jesús, practico su doctrina
y la prueba mejor de que en él creo,
es que en lugar de odiarte: ¡ te perdono.!
Y al morir por mi fe, muero contento.-
No dijo más tranquilo y reposado
acabó su discurso, al mismo tiempo
que un enorme león saltaba al circo
la rizada melena sacudiendo;
avanzaron los dos, uno hacia el otro,
el los brazos cruzados sobre el pecho,
la fiera, echando fuego por los ojos,
y la ancha boca, con delicia abriendo.
Llegaron a encontrarse frente a frente
se miraron los dos, y hubo un momento
en que el león, turbado, parecía
cual si en presencia de hombre tan sereno,
rubor sintiera el indomable bruto,
de atacarlo, mirándolo indefenso.
Duró la escena muda, largo rato
pero al cabo, del hijo del desierto
la fiereza venció, lanzó un rugido,
se arrastró lentamente por el suelo
y de un salto cayó sobre su victima.
En estruendoso aplauso rompió el pueblo...,
brilló la sangre, se empapó la arena
y aún de la lucha en el furor tremendo,
Marciano con un grito de agonía:-
Te perdono, Nerón – dijo de nuevo.
Aquel grito fue el último, la zarpa
del feroz animal cortó el aliento
y allí acabo la lucha. Al poco rato
ya no quedaba más de todo aquello
que unos ropajes rotos y esparcidos
sobre un cuerpo también roto y deshecho:
una fiera bebiendo sangre humana
y una plebe frenética aplaudiendo.

Juan Antonio Cavestany